martes, 6 de septiembre de 2011

Santa María

Santa María.-

En mi infancia fui educado por mis abuelos. Los dos eran morelenses como yo. Habían vivido plenamente los años de la revolución en el estado, testigos de innumerables hechos por las que pasó la población desde principios de siglo y especialmente desde 1910 hasta 1920. Y esas vivencias eran sus recuerdos, su vida hecha memoria imborrable. Mi convivencia a su lado se nutrió consecuentemente de escuchar tantos relatos de la guerra
impugnada por los hacendados, los gobernadores estatales, por Porfirio Díaz, Madero, Huerta y Carranza, por los ejércitos de cada uno de ellos que veían a los dirigentes guerrilleros y a su caudillo Emiliano Zapata, como el enemigo acérrimo a vencer.

Aún no contaba con 8 años de edad y por muchas tardes mi abuelo sacaba una silla al patio junto a varias lijas para madera, unos rodillos de maderas finas que al ser lijadas desprendían aromas de resinas muy agradables. Esos rodillos los usaba para amasar la masa para hacer buñuelos, que mi abuelo como panadero sabía hacer muy bien.
Al verlo en el patio tomaba mi silla pequeña, me sentaba junto a él y me daba uno de los rodillos, de los más pequeños, un pedazo de lija y me decía cómo lijar suavemente, con sutileza. Fue una de las primeras cosas que aprendí, a tratar la madera y percibir su olor que tal vez era cedro, roble o encino, olor que junto al de los incontables árboles de huele de noche, perfumaban las tardes de aquella Cuernavaca de los años 60.
Y así, en las tardes en el patio me platicaba de sus recuerdos en la revolución, recuerdos que llenarían mi imaginación de escenas construidas por su detallado relato de hazañas, muertes e ignominias de guerreros y pobladores de Morelos, víctimas de los ejércitos federales y defensores de sus vidas en arrebatada como desigual lucha.
Uno de esos relatos fueron los sucesos en el pueblo de Santa María, al norte de Cuernavaca, allá por los años de 1912. El líder del pueblo era el zapatista Genovevo de la O. En ese año, los rebeldes zapatistas habían generalizado su resistencia y las tropas federales estaban a la defensiva. Santa María no era la excepción, y además jugaba un papel estratégico por su situación geográfica al norte del estado, lugar por donde pasaban los ferrocarriles de y
hacia la Ciudad de México con el comercio, transporte de personas y armas junto a tropas.

Una de las respuestas del gobierno fue decretar el estado de sitio por cuatro meses, cosa que no impidió que los guerrilleros sitiaran la capital del estado y pusieran tropas cercanas a los tres mil zapatistas. Estaban desde Tepoztlán hasta Temixco y Huitzilac. Fue en Santa María que el ejército federal realizó una acción para inutilizarlos el día 26 de Enero, que no solo fracasó, sino dio pie a una serie de ataques guerrilleros muy efectivos y coordinados.
De la O tuvo el mando y se libraron batallas de casi 4 horas diarias durante una semana. Me platicaba mi abuelo que desde Cuernavaca se podían ver las explosiones de los obuses de artillería federal en Santa María que llenaba de fuego y humo el poblado.

En el mes de Febrero, los zapatistas del norte publicaron el anuncio de su ofensiva de que comenzarían volar los trenes que entrasen en Morelos, lo cual hicieron y reanudaron el ataque a Cuernavaca aún con mayor fiereza. Esto provocó la desesperación del Comandante de la capital estatal y ordenó la quema sistemática de Santa María y los bosques aledaños, que eran donde los guerrilleros tenían sus bases. A los pocos días las tropas federales entraron por asalto en el pueblo, mojaron las casas con gasolina, las incendiaron y pasaron a los bosques, donde los obuses de artillería los incendiaron. En la noche de ese día, el pueblo estaba en cenizas y los árboles carbonizados. Una hija de
Genovevo de la O había muerto en el incendio, lo mismo que otras niñas, niños, ancianos, hombres y mujeres que estuvieron indefensos frente a la agresión de los soldados.

Las tropas habían dado a los morelenses una muestra de lo que era el auténtico terror.
El caso de Santa María fue un ejemplo a seguir en Morelos por el ejército. Una semana después, por órdenes de Juvencio Robles, que el presidente Madero había nombrado jefe militar de la zona, las tropas federales llegaron a un poblado llamado Nexpa, al sur de Jojutla, localidad que en ese momento contaba con cerca de 140 habitantes, en su mayoría niños y mujeres, a los cuales sacaron de sus casas y les prendieron fuego. Se cuenta que- me dijo mi abuelo- las mujeres lloraban lastimosamente rogando que no
se destruyera el pueblo. Todos los habitantes de Nexpa fueron llevados a Jojutla como presos federales y estuvieron con vigilancia armada en un corral del ejército. Después de esto, los federales de Robles prosiguieron sus campaña de incendiar poblados – la cual llamaban “recolonización”- y lo hicieron con San Rafael, Ticumán, Los Hornos, Los Elotes y Villa de Ayala, Coajomulco y Ocotepec.

Todo ello se hizo con el fin de que las tropas zapatistas no tuvieran bases de apoyo a la guerrilla, pero se atacaba con ferocidad y crueldad a población indefensa, política que Robles y Madero instrumentaban como su acción de pacificación de Morelos, rebeldía que obedecía al robo de tierras y aguas de los poblados por los hacendados.
Escuchaba todo esto mientras seguía lijando el palito de madera para hacer buñuelos. Lo hacía y miraba al suelo imaginando todo ello, la muerte, llanto y desesperación de mis antepasados morelenses que eran víctimas crasas de los soldados enviados por Madero a masacrarlos. Aprendí de la historia de mi estado iniciando por la voz de mi abuelo, la aprendí tanto que no se me olvida.
Hace un tiempo que visité todos esos poblados. Estuve hace un mes en Villa de Ayala, pase hace una semana por Ocotepec y vi desde la carretera Coajomulco lo mismo que Santa María, caminé por las calles de Jojutla hace pocos días y pase por donde tal vez estuvieron los corrales que encerraban a las mujeres de Nexpa. Al hacerlo no pude evitar recordar esas tardes de lijar madera en el patio de mi casa hace casi 40 años, no pude evitar traer a la memoria el rostro, imaginado por el relato de mi abuelo, de todas esas mujeres y
niños asesinados por los soldados que hoy son lección de vida, una muestra de la historia morelense que se ha escrito en muchas de sus páginas solo con sangre. Lo peor que pueda pasarle a un pueblo es tener amnesia de su historia, es no recordar o no saber como ha sido su pasado. Creo que en mi memoria y corazón tengo presente en muchos momentos que puedo traer una vacuna contra ese olvido.


Francisco Mundo Solórzano.
Cuernavaca Morelos

Mayo de 2005.

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo contigo, no hay peor cosa que olvidar (o no conocer) nuestra historia, desgraciadamente parece que ahora es el mal de la juventud: el desconocimiento del pasado de nuestras Patrias. Saludos.

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