lunes, 7 de noviembre de 2011

El olvido por inercia

El olvido por inercia
Por Francisco Mundo
A propósito de un artículo de Leila Macor “El olvido por decreto”.
Leila macor es genial, y lo es por la osadía y la ironía con la que se refiere a cosas que resultan anacrónicas cuando pretenden ser formales y/o institucionales.  Dice que “Olvidar algo a la fuerza es una pretensión tan absurda. Como si te quisieran convencer de que no tienes hambre mientras sientes tronar tu estómago”. Y es verdad, pedir algo inaudito y evidente de no notar y que se actúe como si nada pasara, es más que algo absurdo, es irrazonable o inadmisible.  “Como cuando un ginecólogo se te acerca con un pinza del tamaño de una tijera de podar y te dice “no te asustes”.  Es difícil evitar poner la atención ante lo evidente, ante lo inmenso a la vista o la atención.  Cuando un país está dentro de una crisis económica nefasta basta pedirle  en la televisión a la población que no pierda la esperanza y la fe en los destinos de la nación, para que la crisis se derrita en la nada.  Basta decirle a millones de pobres que el país está saliendo adelante y que la pobreza va perdiendo terreno para que la miseria se esfume en el más allá.
Leila dice que lo que necesita el instinto es enviar una contra orden para que se active en el pensamiento la reacción opuesta.  A veces esa contraorden es como un teatro: baste decir una fantasía para que se le perdone al actor tal incróspita acción porque al fin y al cabo es un teatro, ¿o no?  Un político le basta ponerse frente a la cámara de TV para que se le perdone, comprenda y justifique su discurso lleno de fantasías que a él le parecen como realidades, realidades o no pero que el público debe tomar como tangibles.
“El Olvido es un bichito desobediente, que germina si le da la gana, se reproduce por generación espontánea, se instala donde se le antoja y muere cuando lo mencionan.”  Y Leila acierta otra vez: el olvido puede crearse  por decreto, pero no de esa única manera: en México se puede crear por inercia.  Los desfalcos más grandes, los hechos más vergonzosos, los fraudes más escandalosos de la política y del gobierno pueden ser borrados no solo por decreto, sino por solo dejar pasar la inercia del tiempo.  Se olvidan solos. O quizá sea que la gente no tiene memoria de la historia, de las emociones, del devenir todo….
Ya no se habla, no se menciona, no se recuerda en las calles, en los taxis, en la radio y menos en la TV el caso de Díaz Serrano en Pemex, tampoco el del Negro Durazo durante el sexenio de López Portillo,  el del hermano de Carlos Salinas, ex presidente, al frente de Conasupo,  el de Chavarría, ex director de Pemex también que hizo un inaudito robo a la empresa paraestatal y huyó impunemente a sur América convirtiéndose ahí en empresario respetable, el del ex gobernador Bejarano en Morelos que escapó –con la misma impunidad- de la cárcel y huyó al Caribe acusado de fraude;  tampoco se dice nada –y eso que no ha pasado tanto tiempo- de Marín en Puebla con las pruebas claras e irrefutables de su criminalidad; se ha olvidado el caso del ex gobernador Villanueva en Yucatán cuando se le encontraron pruebas de su relación con el crimen organizado; se ha puesto en el olvido el caso de ex regente del DF que huyó a Guatemala y fue detenido; ya no se habla de La Quina ni de su allegado Barragán cuando se les puso en la cárcel y se les destituyó de la Senaduría y su encumbramiento en Pemex; no se dice nada de las sospechas del gobernador de Morelos con el narcotráfico….
De tal manera que no hace falta, en estos casos y en este país,  que se decrete el olvido de lo más ignominioso e inaudito en la política mexicana, basta con dejar pasar el tiempo, con pedirle a los encargados de prensa, radio y TV que no hablen más, que haga caso omiso de las ideas al respecto y es suficiente para que las cosas grandes y los hechos insólitos se diluyan como la sal en el agua: están ahí, en la historia pero no se les ve nada.
Este método de la inercia ha tenido resultado, pues todos los casos mencionados se esfuman de la realidad para quedarse en un registro de archivo que no se abre, que está ahí en un buzón de correo electrónico de la nación que se pierde como un forward indeseado, al que no se le pone interés, que no se le borra pero tampoco se le agrieta para que salgan los humos de la quemazón.  Sin embargo, leila puede tener razón una vez más: les puede dar una idea nueva a la política mexicana: decretar que las cosas incómodas se olviden por inercia, cosa que no se decía por no comprometer, pero que ahora se puede ser innovador.  El caso más nuevo es el de las pasadas elecciones cuyas irregularidades jamás fueron mencionadas ni contestadas ni mucho menos aclaradas.  El decreto –más o menos oculto, pues es mucho descaro decirlo abiertamente- puede ahora funcionar para que los robos a Pemex, las cosas turbias en el Consejo electoral, en CFE, en la desaparición de sindicatos nacionales (eso sí, por claro y abierto decreto) sea oficial, los manejos de fondos de pensión, los subsidios a las quiebras empresariales privadas, las privatizaciones adjudicadas a terceras personas, la quiebra de empresas fraudulentas como Havre, casas de bolsa o los manejos de Banca Serfín de narco lavado (alguien se acuerda de todo ello?), sean por fin decretados como justificados, explicados y archivados en el olvido, que se pierdan los expedientes con toda razón amparados en el Decreto.
Leila es una escritora genial: lo decía porque es como la pitonisa que sabe ver el futuro: cuando haya que traer a la memoria uno de todos esos hechos mencionados, entonces el recuerdo “corre aterrorizado a ocultarse bajo la cama, aferrándose como una garrapata al recuerdo que se niega a destruir.”

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