sábado, 13 de agosto de 2011

El vecino de la casa de enfrente 2a parte



El vecino de la casa de enfrente 2a parte
Por Francisco Mundo

Fue una mañana decidida a todo. Cruzó la calle, se armó de valor recordando en un solo instante toda la interminable serie de agresiones de que había sido objeto durante meses y meses a los cuales no recibió ningún castigo, ni civil ni penal ni humano. Y después de todo ello el malvado vecino seguía impune y riéndose con sarcasmo, lleno de cinismo y conchudez inauditas.  Le toco suavemente el timbre de su casa (hasta eso) y espero unos instantes.  No respondía.  Volvió a tocar con delicadeza.  Espero un instante.  Nadie respondió.  Eran las 2 de la tarde y consideró que era muy buena hora para que el tipo ya hubiera despertado pues solo hasta esa hora daba señales de vida… parecía que dormía plácidamente hasta esa hora…. En lo profundo de su pensamiento le tenía envidia, pues ella cada mañana despertaba temprano y no porque tuviera que hacerlo, sino porque la cama la botaba al no soportar más los dolores de su espalda, cuello y cabeza.

Al no recibir respuesta alguna decidió abandonar la iniciativa. No había caminado ni cinco pasos cuando sintió que le habían arrojado algo por atrás: miró su ropa y tenía en espalda y piernas un jitomate embarrado completamente y oliendo a podrido…. Parecía que el tipo había escogido el jitomate más echado a perder para aventárselo grotesca y artreramente por la espalda…  esta vez su furia no pudo más.  ¡¡Volvió sobre sus pasos y tocó el timbre desaforada y fuertemente dispuesta a que le abriera y le escuchara decirle las suyas!!

El tipo no abría.  Volvió a tocar muchas veces hasta que casi el timbre se rompía mientras su femenino y bello rostro se descomponía en uno de coraje inaudito y meses de resentimiento reunido para llevarlo consigo en ese instante y decirle lo mucho que odiaba ya esa situación y de paso al impertinente, sucio, grosero y maldito vecino. ¿Pero qué había hecho ella para merecer tal agresión?? ¿Qué había sido tan meritorio para que le dañara y agrediera de tal forma de su parte para tener un incruento y vil trato? Nunca lo había agredido, nunca le atacó, al principio le daba los buenos días afablemente por considerarlo justo siendo vecinos pero dejo de hacerlo por recibir tan mal e increíble trato vecinal. ¿Qué culpa tenía ella de que el tipo era un malandrín que había llevado una vida tan desastrosa como vil?


No podía contener su furia esta vez, así que no soltó el timbre un solo instante dispuesta a que reventara.  Había perdido toda sensatez y ecuanimidad, todo respeto y formalidad.  Estaba irreconocible hecha un volcán furioso producto de injustificadas agresiones de un tipejo que ahora se escondía tras la puerta después de aventarle un artrero jitomatazo por la espalda… la espalda, esa que tanto le dolía cada mañana ahora el colmo, hasta enjitomatada había quedado.  Pero eso no se iba a quedar así.  Estaba dispuesta a que el hombre desalmado, y ahora cobarde de más, le escuchara los gritos que tenía que decirle.

El timbre se apagó de repente. Dejo entonces de apretarlo, junto las cejas con extrañeza y confirmó que lo apretaba al fondo y no sonó más.  Supuso entonces que el tipejo había bajado el switch para que no se escuchara. Su coraje se convirtió en odio iracundo.  Se dirigió a la cerca de la sucia entrada, arrancó con todas sus fuerzas un palo de madera y regresó con todas las negras intenciones de darle de golpes a la puerta hasta que abriera.  Seguramente el hombre estaba debajo de la cama muerto de miedo al verla tan iracunda como nunca la había visto.  Se había dado cuenta que hasta ese día la gentileza, la indiferencia y la callada vecina se había terminado para convertirse en la furia enorme que ahora era y sin ningún miramiento.

Hubiera querido que su esposo la acompañara en ese instante, que tuviera un apoyo y una compañía para defenderse de todo y de todos, en especial de ese indeseable y horrible vecino y arrojarlo de la colonia para siempre; que su marido y ella hicieran las cosas juntos en todo momento hasta en esos trances tan molestos.  Lo añoraba grandemente tras esa furia incontenida, tanto, que las lágrimas le empezaron a salir a borbollones con leves llantos que acompañaban a sus golpes a la puerta cuyos soportes ya deseaba tirar.  Sus brazos ya no soportarían tanto y los empezaba a bajar sin dejar de pegar con sus últimas fuerzas…

De repente la puerta se abrió. Dejo de pegar. Bajo los brazos y el palo. La puerta terminó de abrirse lentamente rechinando como casa de los Monster dejando salir un olor a sucia humedad y a comida echada a perder…. Por instinto iba a ponerse la mano sobre la nariz y la boca pero no tuvo tiempo: recibió el fuerte impacto de un segundo golpe de un jitomate putrefacto en la cara… el jugo descompuesto de la verdura embarrada no le dejó ver más. Entonces recibió un tercero, un cuarto impacto en el pecho y piernas.  En un instante estaba toda llena y maloliente de golpes artreros que le llenaron de estupefacta indignación.

No alcanzó sino a correr.  Abrió la puerta de su hermosa, bien cuidada y gratamente olorosa casa para abrir abruptamente la puerta del limpio y reluciente baño para lavarse la cara y poder ver bien.  Entonces si lloró desconsoladamente, con quejidos que le cubrieron el alma entera.  Se sentó en el la tapa del WC para gemir lastimosamente.  Se cubrió la cara con sus enjitomatadas manos para sollozar más. De repente se le vinieron las imágenes de su padre, cuando la cargaba en brazos, cuando le enseñaba a manejar, cuando se casó, cuando iba con su esposo caminando en el bosque, cuando los dos leían sentados en la confortable sala…

Paso varios minutos así. Con desgano, lentamente se quito la ropa, abrió la llave de la regadera y se metió a tomar un baño.  Tapó luego el fondo de la tina y se sentó rodeada de agua calientita para estar con su soledad.  Eran muchos recuerdos, todos gratos, quizá alguno amargo pero el saldo era confortablemente recordable.  Tenía todo el rimel corrido, el gesto cansado, la tristeza abundante.  La casa siempre vacía, dejaba oír muy bien el caer de la gota de la regadera en el agua de la tina por largos minutos. Quizá también se escuchaban sus memorias…

Alcanzó una toalla, se cubrió y otra se la puso sobre la cabeza enredándola y poniéndola sobre su espalda que entonces recordó el inseparable dolor que la acompañaba. Fue a sentarse en el banquito del tocador. Tenía la mirada ida.  No se atrevía a mirarse al espejo.  Si lo hacia no tendría respuesta para la pregunta: ¿Dónde está la emprendedora profesionista?, ¿Dónde quedó la excelente universitaria?, ¿Dónde la esposa iluminada?  Solo vería la mujer a jitomatazos agredida con el rimel todo corrido.

No dejó pasar más el tiempo. Sacó ropa limpia y cómoda.  Estaba dispuesta a volver a las autoridades a levantar una demanda de cualquier tipo y declarar que había recibido artreros jitomatazos solo por ir a reclamar las agresiones sin razón y fundamento que había tenido por parte de su vecino de la casa de enfrente. Al terminar de vestirse escucho que tocaban el timbre. Pensó que era su mamá pues la esperaba a comer. Rápidamente se pasó las manos por la cara pues no quería que la viera que había estado llorando y buscó entre sus cabellos y orejas sino quedaban restos o semillas de los jitomates.

Iba terminando de peinarse los cabellos por las escaleras y al abrir alcanzó a ver en la puerta del jardín al vecino de la casa de enfrente que esperaba impávido a que le abriera.

No podía reponerse en un solo segundo de la sorpresa.  Tenía aun los ojos muy abiertos y la boca abierta.  No le daba tiempo de resucitar tan rápido el coraje de hacía unos minutos. Se quedó paralizada, no podía creer lo que sus ojos veían. Solo alcanzó a tirar al piso el cepillo de su cabello.

Quizá pasaron así unos segundos. Su cara de sorpresa inaudita se volvió nuevamente de odio y resentimiento, de recordar tan solo los cobardes ataques de las que había sido objeto en la puerta de ese vecino que ahora estaba ahí, parado con la cara llena de cínica ecuanimidad e indiferencia como si nada hubiera pasado…

Continuará...

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