jueves, 25 de agosto de 2011

Carta abierta al circo Atayde

Carta abierta al circo Atayde.-
Un Viaje al pasado.-
 
Cuando era niño, en los años 60s, una de las costumbres familiares era la de ir al circo cada vez que se encontraba en la ciudad de Cuernavaca.  De todos los que llegaron en ese entonces, el que más gustaba era el circo Atayde.  La gente ubicaba ese nombre como sinónimo de circo.  Recuerdo que la gente decía “vamos al Atayde” y nadie tenía que decir que era un circo.
En esos años la ciudad y el país eran distintos. Las diversiones eran muy limitadas y la alta tecnología, la entonces existente, no se incorporaba a las diversiones. La vida transcurría en medio de la cotidianidad y el trabajo, la escuela, los tres únicos cines de la ciudad, una carpa de teatro que ocasionalmente llegaba a la ciudad y caminar por el zócalo.  Eso era todo en entretenimiento.  Por eso la llegada del circo representaba un acontecimiento inusual y bien recibido.
Recuerdo que no se colocaba ningún piso y caminábamos sobre la tierra del terreno donde se ubicaba.  Tampoco había baños portátiles. No había sonido electrónico sino una banda de música.  Nos sentábamos en tablas en la parte de arriba, no en sillas, por lo que imaginaba que era para el público una primera lección de malabarismo. Con todo, esperábamos ansiosos el inicio de la función.
El circo Atayde era un espectáculo y mi inocencia infantil lo absorbía todo.  Era en verdad una diversión no solo sana sino grandiosa.  Y lo era porque teníamos la oportunidad de ver animales de áfrica y otros lugares en forma extraordinaria, de reír con los payasos y de emocionarnos con los trapecistas que surcaban el aire de la carpa.
Al final nadie salía decepcionado. Los gestos de toda la gente se observaban despejados, conversantes, sonrientes.  El público que salía era otro del que entraba: no porque seguía la siguiente función, sino porque el mismo había pasado por risas, emociones, alegrías. Y todo eso, instintivamente, la gente sentía que valía mucho.
Después de 40 años, he vuelto al circo. Y lo hice visitando el actual circo Atayde.   Curiosa y singularmente, esperaba un circo como el de mi infancia.  Muy fuerte era el recuerdo para no asociarlo al presente.  Después de todo el tiempo, el Atayde no era para olvidarse.
Llevé mis botas de campo porque pensé que serían útiles al pisar la tierra o el tezontle de la entrada, pensé también en una lona para sentarme sobre las tablas de equilibrista que siempre ponían en las gradas.  Al llegar mi sorpresa fue grande.  Habían colocado piso de madera  en la entrada y también en los pasillos, en todos los lugares había sillas, baños portátiles, sonido dolby electrónico o algo que sonaba perfectamente sin ser estruendoso, iluminación multicolor, no había banda de música pero todo el lugar tenía una estética geométrica que cobijaba y daba confort.
La función ese día en el circo Atayde no era una simple función, era un viaje en el tiempo, al pasado que parecía no haberse borrado el día después de mi última visita al circo.  Solo era el día siguiente después de 40 años.   Sin notarlo mi emoción de niño estaba presente otra vez, tenía esa sensación que la gente sabía, valía mucho.
Esta vez iba bien armado.  Dos cámaras, una de video y otra fotográfica para tomar toda la función, con todos sus colores, alejamientos y acercamientos, para tomar todas las luces y los sonidos.  Y el viaje al pasado empezó.   Se apagaron unas luces y se prendieron otras solo para la pareja de mujeres en bello y suave, delicado como sencillo baile para después convertirse en dinámico equilibrio en las alturas, sorprendente serie de giros sobre dos aros metálicos perfectamente diseñados para las circunvoluciones.  Eso era atrapar el aliento de los espectadores que se alternaría con arrancarles la risa que no acabaría en dos horas más.
A excepción del receso intermedio, seguirían malabaristas,  un payaso multifacético excelente que me hacía recordar las mejores dotes de los polivoces y de Renato, el rey de los payasos, sorprendente el número de los cuatro caballos que obedecían muy bien a su domador, mucho más y mejor que unos niños del kínder a su maestra, el número de los caballos percherones que estuvo magnífico, el equilibrista de la cuerda floja que se movía como pirinola o el otro que se sostenía en una tabla sobre una esfera, luego sobre un cilindro, otra esfera, y otro cilindro, y otra esfera…. Y luego todo eso a varios metros del suelo en apenas un metro cuadrado…. Eso era simplemente cortar el aliento a todos los que estábamos abajo.
Todo lo filmaba, pero hubo un momento en que la emoción me ganó que olvidé la cámara y veía la capacidad, valor y destreza del artista de circo.  Llegué a imaginar todas las largas horas y los días, semanas y años de entrenamiento para poder hacer algo como eso en unos minutos de cortar alientos de cientos de espectadores allá abajo.
El circo no es un espectáculo, es una vida, una decisión de llevarla con todo el esfuerzo que ello exige, toda la dedicación, el gusto por saber subir a las alturas, por saber tener el espíritu y el temperamento para poder hacer reír a la gente, por poder dominar la física, por vencer el miedo, por lograr una salud que permita la agilidad, la fuerza y la coordinación, entre el mismo cuerpo y entre los compañeros para hacer una armonía en el movimiento que nos sorprenda.
Nosotros somos el espectáculo.  No lo es el artificio de un cine con trucos digitales, no una televisión con colores, no una revista con papel… nos sorprendemos de nosotros mismos, los humanos que logran el vencer el temor a una altura, de saber tener equilibro que pone en riesgo su propia vida y sale vencedor de esa posibilidad, de los humanos que logran domesticar a caballos y elefantes y hacerlos convivir con las personas.  Nos llena de emoción y de risas ver a otras personas en directo, en cercanía con el uso de su destreza y fuerza que se envuelve en valor y jocosidad para llevarnos al pasado a quienes somos adultos, y para llenarles la infancia a los pequeños que forjan hoy sus recuerdos.
Atayde no es solo un circo, es un nombre.  Uno que nos tiene unidos a la diversión que se recuerda hoy como el día de ayer aunque hayan pasado 40 años entre uno y otro.  Un nombre que en México nos ha arrebatado un par de horas de nuestra cotidianidad para volverlas alberge de nuestras memorias.
Por fin, después de ver caballos, elefantes, bellas y ágiles mujeres, caballeros valerosos y diestros, un payaso que guardó la risa en sus bolsillos, a una pequeñita que nos sorprendió no solo porque a su corta edad ya ha logrado valor para subirse a varios metros de altura sobre sus compañeros que cabalgaban sobre caballos percherones, que ya sabe hacer reír y cosechar aplausos y de saber que muchos de los que se brindaban al elenco, eran para ella.  Después de cabalgar a varios metros de altura, de ser valerosa inclusive para ser payasita, no le dará miedo nada en la vida y tendrá un espíritu alegre, singular que le dará no solo la admiración de todos, sino la excelencia en su persona.
El final no deja de ser emotivo, la despedida no es solo que sea un diseño de coreografía y coordinación de entrada y salida repetida del elenco, sino que hace salir todas las emociones y alegrías que se tuvieron en dos horas de función y que se sacan en aplausos finales que fueron los más dedicados de un público que instintivamente ahora, siente que le llenaron ellos sus recuerdos.
Escribo esta carta para Ustedes, los que estuvieron en el escenario y los que estuvieron atrás, con la misma emoción con que presencié la función.  Atayde no es un circo, es una máquina del tiempo que funciona para traernos al pasado y para tener hoy remembranzas para el futuro.  ¿Cuánto vale una vida de esfuerzo dedicada al circo?  Vale un par de horas para sembrar esas semillas del futuro, uno en el que hoy he vivido con alegría y emoción mi pasado, el mío y seguramente el de todos los que lo visitan.
 
Francisco Mundo.
Morelos, Diciembre de 2009.


Francisco: como siempre arrebatas el corazón y las emociones con tu singular forma de manifestar tus sentimientos. Los recuerdos, surgidos de lo profundo del corazón y de la mente, son revividos para mostrar cómo los asuntos que parecieran superficiales y ligeros, se convierten en vivencias actuales, sentidas, apreciadas en todo su valor...el valor que los humanos le damos a las experiencias que dejan huella....

Esta es -no una carta- sino una experiencia de vida manifestada en palabras, que provocan emoción....las expectativas que se vinculan a los sucesos y que se resuelven en un espacio de tiempo que genera nuevas formas de ver al mundo -de ver al circo- de apreciar lo que en un  momento podría ser sencillo, y que se transforma en un conjunto de acciones complejas, delicadas y llenas de vida.

Me encanta la descripción de tu recuerdo de infancia, de la rutina para tener un espacio de esparcimiento...de recrear la atmósfera que imperaba en tu ciudad, Es sorprendente cómo el tiempo ejerce cambios, en las personas, en las ciudades, en el país.

En este sentido, el cambio de año también es un espacio para la reflexión, el análisis y la toma de conciencia sobre  lo que fuimos y lo que somos, sobre lo que deseamos ser....en el más amplio sentido de la palabra...


Conchita Mar

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