viernes, 12 de agosto de 2011

El vecino de la casa de enfrente.-

El vecino de la casa de enfrente.-

Por Francisco Mundo



Era un amanecer muy tranquilo. Cada mañana se respiraba un ambiente quieto y suave.  Su casa era muy confortable,  llena de luz y con espacios grandes, bonito mobiliario y cortinas transparentes  con encajes exquisitos. Un piso de duela y alfombras persas le sostenían su pisada femenina y su andar cadencioso. Se ponía su sutil y delicada bata de seda que le cubría su entornado cuerpo de joven mujer.  Hacía diez años que dormía sola pues su marido había fallecido en un accidente automovilístico en carretera dejándola sola.  Había llorado mucho. Sin embargo, cada mañana le dedicaba un recuerdo singular a su memoria de buen hombre, de gallardo, honesto y trabajador compañero de su vida que siempre le dedico un tono de respeto y ternura a su matrimonio por más de 15 años.

Se sentaba a su tocador para peinarse…lo hacía mucho pues cada mañana despertaba con el cabello todo desaliñado y enredado a pesar de irse a dormir cada noche bien cepillada y arreglada…al despertar parecía que había tenido una noche de tumulto…le dolía todo el cuerpo y sentía que la habían golpeado indiscriminadamente…todo lo achacaba al recuerdo de su esposo que nunca olvidaba, a la tragedia que no dejaba de ser para ella el haberlo perdido…. Lloraba con frecuencia y sus ojos al despertar ya no brillaban más…

Al tomar un baño y un reconfortante desayuno se sentía mejor aunque los dolores no le abandonaban durante todo el día. Conservaba siempre su vestir juvenil pues a sus 35 años parecía una mujer mucho menor. Sus ejercicios diarios y su alimentación sana le ayudaban a tener un aspecto fuerte y lozano.

Salía cada mañana a sus compras, a un recorrido en bicicleta o a caminar por el parque. Después de comer se vestía muy formal y estaba en su oficina hasta las 9 de la noche.  La empresa llantera internacional la consideraba una excelente contadora y llevaba la nómina, las inversiones de la compañía, organizaba los comités de seguridad industrial y asesoraba al Consejo de Administración en las estrategias de mercado de la empresa, en la cual, con 20 años de trabajar ahí, gozaba de prestigio profesional y de una importante y destacada participación.

Llegaba agotada a dormir.  No tenía amigas, no salía. Solo iba muy ocasionalmente a visitar a su anciana madre, igualmente viuda y cuya visita les reconfortaba el corazón de mujer. Su padre había muerto en un accidente en la empresa minera donde trabajaba.  Las condiciones de mantenimiento de las instalaciones eran muy deficientes y se encontraban en un descuido enorme a pesar de lo importante que eran para el desempeño de la extracción del estaño para el país.  Era el contador de la empresa e insistía mucho en que la compañía debía hacer importantes y considerables inversiones en el renglón de seguridad no solo para el mantenimiento de las enormes máquinas sino para la seguridad de los mineros.  Al estar haciendo una inspección se rompió un cable de acero de la banda y cayó junto con otras personas hasta el fondo de una bóveda muriendo todos al instante.

Quizá por ello ella insistía también en lo importante que era la seguridad laboral en su trabajo.  Trabajar con azufre y el caucho para hacer y renovar las llantas no era cosa de tomarla a la ligera.  Todos los empresarios reconocían su intervención en ese sentido y ya apoyaban las iniciativas de inversión financiera para adquirir y cuidar de mascarillas, ropa protectora, guantes y cascos junto a la revisión periódica de maquinaria que permitieran trabajar a los obreros con el menor riesgo, y que ellos mismos junto a los directivos formaran los comités de seguridad que ya habían dado muy buenos resultados: las quemaduras y daños personales diversos primero se redujeron  para desaparecer después con beneplácito de todos, en primer lugar para ella de ver su labor con éxito.

Pero cada mañana su satisfacción de la tarde anterior se volvía pesadez y molestia. Su cuerpo le dolía y la sensación de haber sido golpeada durante toda la noche era cosa de todos los días.  No había razón que explicara eso. Sus ejercicios diariamente disciplinados no la abandonaban, su silla en la oficina era ergonómica y de respaldo lumbar, no calzaba zapatillas de tacón alto, pues sabía perfectamente que después de los tres centímetros la columna perdía estabilidad y tendía a la deformación en el andar. A ratos, cerraba el lujoso privado de su oficina para acostarse en el piso, sobre una limpia alfombra cubierta de un cobertor para descansar su espalda de todo el día de trabajo…y de una pésima noche de sueño.

Pero había otra cosa que le amargaba no solo el cuerpo sino la existencia misma: tenía un vecino en la casa de enfrente que le hacía la vida en la colonia imposible. Al barrer su frente el vecino le colocaba toda su basura en el portal, cuando llegaba su correspondencia se encontraba rota en pedazos minúsculos dentro del buzón, la cerca de madera ya tres veces la había tumbado en algunas partes, platicaba a todas las vecinas que ella era una mujer desastrosa y complicada, sucia y agresiva.  En dos ocasiones el incruento vecino le había intentado envenenar a su perro y en una más le dio con un tubo lastimándole una de sus patas.  Ese día lo tomo en brazos, lo cargo como pudo pues era un pastor alemán muy grande y bien alimentado, muy noble y protector, lo subió a la parte trasera de su camioneta y aceleró al hospital veterinario.  Mientras lo curaban ella lloraba fuerte y tristemente por su perro.  Pasó largos minutos en la sala de espera mientras recordaba que con su marido lo habían comprado antes de que él muriera, cuando lo llevaban al parque caminando juntos y tomados de la mano…

Al cabo de unas semanas el perro había sanado.  Tenía ya no una nobleza sino un resentimiento con el vecino que le gruñía ferozmente cada vez que lo veía acercarse. Eso hizo disminuir las agresiones del molesto vecino durante un tiempo.  Era un hombre de cara enjuta, agrio y de enorme vientre, con una gran calva, se veía que no se rasuraba en semanas ni se cambiaba de ropa. Su segunda mujer le había igualmente abandonado por convertirse en un hombre tan grosero y desalmado, tan descortés e irrespetuoso en toda la vida matrimonial.  Sus mujeres habían comentado en todo el barrio antes de irse que al principio era un hombre formal, limpio, de caballeroso aspecto y gentil, de buen vestir y trato cordial, de grata sonrisa y lleno de atenciones, pero que con los meses se había convertido en un verdadero ogro al dar un trato desconsiderado y seco, celoso y osco.

Ese incruento hombre se la pasaba todo el día metido en su descuidada casa.  No se explicaba de qué vivía pero lo hacía de una forma deprimente. No pintaba la fachada, no arreglaba ni una cerca caída y solo barría su entrada para ir a tirarla impunemente hasta la limpia acera y blanco portal de la vecina de enfrente.

A pesar de ser viuda, de un empleo donde era reconocida, que conservaba un ambiente ordenado y limpio en su casa, con un toque sencillo, distinguido y de buen gusto en su ropa y mobiliario, de pasar fines de semana en apacible lectura y suave silencio, el vecino era el único que con su escándalo constante de música horripilante, de sus estruendos que hacía cada vez que estaba borracho, le hacía la vida imposible.

Había movido todas sus influencias y contactos con las autoridades, había promovido con los vecinos una demanda civil para desalojarlo pero todo había sido inútil: el vecino seguía gozando de una impunidad increíble a pesar de que solo a ella le rompía las cosas, le lastimaba a su mascota, le destruía su correo, le cortaba los cables de luz dejándola ya dos veces completamente a oscuras durante algunas noches. Las cosas llegaron al extremo.  Estaba ya totalmente resuelta a acabar con esa situación que le ennegrecía todo el resto de su lograda y cuidada vida.
Continuará...

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