martes, 26 de julio de 2011

Mirar el sexo.

Mirar el sexo.-

Comentarios al libro “El placer de amar”, de Alex Comfort, capítulo “Mirar” de la pag. 45.
Por Francisco Mundo S.
Junio 2005.

La observación de terceros entregados al placer sexual no es solo muy excitante sino inmensamente instructiva.  El único acto social que no aprendemos por observación directa es el sexual.  La sociedad “gris” nos ha impuesto sus conceptos del espacio privado inviolable que implica que lo sexual debe esconderse.  Así se producen individuos preocupados por la normalidad o posible anormalidad de sus actos carentes de métodos de comprobación e incapaces de mejorar por observación o comparación.  Se aprende más como espectador de una sola sesión sexual que leyéndose este libro.  Muchos de los autores de libros sobre sexo nunca han visto una pareja en acción.  Hay tantas técnicas amatorias como amantes.  La mayor parte de las memeces que se han escrito no hubieran soportado la más mínima confrontación con la observación directa.  Mirar y ser visto resulta excitante, amistoso y estimulante; no es vergonzoso ni supone una intromisión.” Alex Comfort.

El libro en todos sus capítulos resulta innovador y confrontativo en sus conceptos.  Rompe con un lenguaje sencillo y estructurado, con los conceptos tradicionales –contemporáneos- sobre la sexualidad, demostrando que sobre este tema todavía hay muchos argumentos que desarrollar y los sexólogos actuales tienen aún que escribir no solo para argumentar, sino contraponerse a ciertas costumbres en el sexo que perduran como opacas.  La modernidad no implica en el sexo el haberse librado de conceptos y acciones o prácticas cerradas como de corto alcance.  Aún a pesar de que el sexo se puede concebir hoy como “natural” y gratificante, las formas de practicarlo pueden llegar a ser esquemáticas y tradicionales.  No se trata de una “técnica” o forma de colocar las piernas o brazos, sino de poder abrir posibilidades a sentir o a tener sensaciones diferentes de acuerdo a las posturas,  a las actitudes para poder adoptarlas, a los roles que cada uno de los sexos tiene para practicarlas.

El mirar a una pareja en el sexo puede concebirse de varias maneras: o bien se califica inmediatamente y sin fundamento de vouyerismo, o se muestra una actitud reprobatoria, de espanto o de crasa inmoralidad.  Comfort tiene razón en el sentido de que el único acto social que no aprendemos por observación directa es el sexual.  Uno de muchos mitos y tabúes que se han construido alrededor del acto sexual es el que no se debe de ver, y que las parejas no deben dejar verse, que ello es algo privado y exclusivo.  Esto es solo en parte cierto, y Comfort no dice que todo acto sexual deba exhibirse o invitar a alguien para que deba realizarse o que deba ser hecho solo con observadores.

Tampoco dice que ver sea el único o más importante recurso para aprender a hacerlo. En los capítulos anteriores y posteriores de su libro trata de las diversas costumbres de efectuar el sexo, de las condicionantes y apreciaciones históricas que sobre él se han conformado, sobre las actitudes que pueden ser sobrias y sensatas para lograr que el sexo se vuelva parte de la vida, que llegue a esa “naturalidad” que todo mundo propaga pero pocos detallan en las formas y ambientaciones para lograrla.

El mirar el sexo es algo que inconfesablemente puede llegara desearse, no solo para disfrutar sino para aprender.  Seguramente los adolescentes tienen formas de hacer el sexo diferente a los adultos y a los adultos mayores.  Las actitudes varoniles y femeninas pueden ser distintas entre las participantes de cada edad, no lo sabemos porque nunca se ha tenido la oportunidad de VER cómo lo hacen y cuales son los preámbulos a su respectivo acto sexual, no se ha tenido  el número de casos suficientes para aprender y practicar lo que hayamos visto.  De tal forma ello es así, que cada pareja aprende de su soledad, de su experiencia en la individualidad, de su ensayo y error, de probar varias formas hasta encontrar alguna que les acomode y llene de placer.  Para llegar a ello probablemente recurrieron a un número considerable de ocasiones donde una o algunas les parecieron satisfactorias.  Ese camino lo pudieron haber ahorrado si hubieran visto  a otras parejas.

Ese acto de ver tiene las mismas condicionantes que el acto sexual mismo: envuelto de mitos, moralidades, penas, calificativos y los que observan tal vez lo han hecho como una intromisión a escondidas, no como un invitado sino como un ladrón de escenas más para satisfacer sus morbos que para aprender de la forma en que lo están haciendo.  Faltaría mucho para que una observación sea una clase  y no un morbo por satisfacer.

A tal nivel las personas quieren ver, que compran o consumen una cantidad considerable de videos y películas porno.  Las escenas no son necesariamente fuente de enseñanza.  Las películas son precisamente eso: cintas actuadas, preparadas, con actores y actrices que elaboran sus actos bajo un guión, un escenario establecidos y bajo la coordinación de un director o coordinador de sus movimientos frente a la cámara, mujeres y hombres que se dedican solo a ello, que deben –para cumplir bien con su trabajo- quitarse de actitudes de la vida cotidiana y naturalidad en el sexo, acoplarse a los escenarios y las libertades que las coreografías y las escenografías les permiten, a los tiempos de filmación que se estandarizan de los videos, a hacer del sexo una pantomima y una pasión ideal y sobre-pasional, a presentar el orgasmo y las eyaculaciones ideales como voluptuosas, tanto como falsas y condicionadas.

Todo el contenido de un video es así un teatro bien montado para el simple consumo del morbo, no para la enseñanza.  Los videos y su influencia en este sentido son dañinos para el ejercicio sexual de los espectadores porque se basan en artificios y no en “naturalidades”, son fuentes falsas para poder confrontar las prácticas propias diarias porque se intenta igualar los niveles “pasionales” de los actores donde no existe sutileza, cariño, delicadeza, cuidado de la pareja y verdadera pasión por la mujer o por el hombre que se ama y se tiene cercanía, se tiene en ellos a la mujer como la merecedora de la agresión sexual bajo la forma de la embestida, de un choque de genitales contra la mujer o bien  que ella se subordine a los placeres del hombre.  De tal forma que todos los actos sexuales de los videos tienen un estándar estructurado, creado en un escritorio de guionistas que piensan solo en el vender y no en enseñar: los videos nacieron para abusar del morbo de los consumidores.

Sin embargo, el deseo de ver no deja de existir en las personas para poder aprender de otros en su experiencia sexual.  Lograr que una pareja permita o invite a otra  mirarla en su sexualidad es incomprensible para la ejecutante y la observadora, lo es en el sentido de que ello es un acto tan reprobable como el sexo mismo para otros.  Pueden estar de acuerdo en hacerlo, pero no en dejarse ver, no en tener la atención de mirar para obtener un provecho en la enseñanza y llevar sus observaciones a su respectiva cama.

No existe una sola o mejor técnica sexual para llegar al placer total.  Tampoco que cada ocasión sexual sea igual sin correr el riesgo de caer en la monotonía o desazón placentero. Mirar cada pareja o la misma en algún acto sexual resultaría instructivo y comparativo en otras parejas.  Mirar un video no es mirar una pareja en vivo.  Mirar o ser mirado es algo que aún está lleno de tabúes, tal vez distintos o intensos que los sexuales “tradicionales”, pero las actitudes abiertas, sinceras y aleccionadoras llevan en si mismas una excitante experiencia rica en enseñanzas plenas, pero antes de ser todo ello deben enfrentarse a los propios miedos de participantes de la acción y de la observación.

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